viernes, 3 de agosto de 2007

La socialdemocracia


Por Dr. Cuauhtémoc D. Molina García

La caída del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética, y con él el desmoronamiento del socialismo real, provocó que la propaganda occidental colocara al capitalismo como el paradigma económico, político y social triunfador, luego de la histórica confrontación surgida como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, el mundo debía transitar —en los albores de un nuevo siglo y milenio— hacia la predominancia de la ideología liberal en todos los órdenes de la vida y de la cultura. Junto a los procesos de reacomodo de las fuerzas militares, políticas, tecnológicas y financieras en el mundo, aparecían la apertura comercial y la globalización como los nuevos esquemas de convivencia entre los Estados y los pueblos, y ello sugería la modificación de las políticas públicas que los gobiernos habían implantado cuando se inspiraban en las ideas sociales y en la filosofía del Estado Benefactor.

A partir de la llegada de los gobiernos neoliberales al poder en Europa, impulsados por el thacherismo en Gran Bretaña, los partidos políticos socialdemócratas europeos permanecieron muchos años marginados de la preferencia de los electores, quienes seducidos por las tesis liberales capitalistas puras, y decepcionados por el marxismo desacreditado, vieron en el libre mercado la ventana de salvación y el resurgimiento de sus niveles de vida. En América, Ronald Reagan, entonces exitoso presidente de los Estados Unidos, dio la pauta para que numerosos gobiernos latinoamericanos asumieran las tesis libremercantilistas como la salida a sus problemas económicos internos. Por supuesto, los organismos financieros internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, entre otros), condicionaron sus apoyos a que los gobiernos adoptaran sus recomendaciones, recomendaciones que fueron calificadas como “el recetario neoliberal” para salir de las crisis estructurales y coyunturales de sus respectivas economías.

México no fue la excepción, pues el gobierno de Miguel de la Madrid, sumido en la crisis financiera más profunda hasta ese momento, crisis que fue calificada como “de caja”, tuvo que adoptar las recomendaciones de los organismos financieros mediante las célebres “cartas de intención”, ya puestas de moda desde la administración anterior. Con Carlos Salinas, la denominada “política moderna” sugería el adelgazamiento del Estado, la drástica disminución del gasto público, especialmente del social, para privilegiar el pago de la deuda, “sanear” las finanzas públicas para disminuir el déficit presupuestal y transparentar los procesos electorales para acomodar la democracia en el sistema político nacional. México tuvo que someterse a las reglas del neoliberalismo, en parte por decisión de su clase política emergente, recién llegada al poder y suficientemente convencida de que el libre mercado implicaba la norma mágica para acceder a la recuperación económica, y en parte también debido a la expansión de la inversión y con ella, el resarcimiento del empleo y el crecimiento sostenido y estable de la economía. Por otro lado, los enunciados del libre mercado se asumían como imposición condicional de los organismos financieros internacionales, quienes no darían ningún centavo para financiar las crisis si no adoptaban los gobiernos sus recomendaciones.

Pasaron pocos años para que la población empezara a experimentar las consecuencias negativas del liberalismo, entre ellas el desempleo, la migración y la falta de oportunidades, y fue así como el éxito del liberalismo, como triunfador sobre el socialismo, fue ciertamente efímero. En los países latinoamericanos, las consecuencias fueron más que dramáticas, y en el caso particular de México, las cifras de incremento de la pobreza (40 millones en pobreza y 20 millones en miseria) son ciertamente alarmantes. No obstante ello, el gobierno ve la realidad nacional desde la perspectiva de un mundo feliz.

En Europa, los electores tomaron decisiones rápidas y pronto empezaron a llevar al poder, de nueva cuenta, a los partidos políticos que antaño habían sostenido tesis socialistas y que hoy renovaban sus idearios bajo el esquema de lo que ha sido común en llamar “la nueva izquierda” o la socialdemocracia. La socialdemocracia es ciertamente un proyecto de renovación política de los años noventa muy mesurado, que mantiene propuestas liberales pero que inserta enfoques de horizonte social y que por supuesto renueva el esquema aparentemente agotado del Estado de bienestar. La socialdemocracia asimila el paradigma globalizador y el aperturismo comercial, rompiendo drásticamente con la “vieja izquierda” dura y proponiendo una renovación ideológica que puede bien sintetizarse como una suerte de socialismo aligerado o bien como un capitalismo comunitario o colectivista (el llamado capitalismo “renano”).

La propuesta socialdemócrata anticipa la emergencia de la Tercera Vía de Anthony Giddens, adoptada con gran éxito político, social y económico por Anthony Blair en Gran Bretaña, Lionel Jospin en Francia, Massimo D’Alema en Italia y Gerhard Schroeder en Alemania.

Los puntos en los que centra su atención la propuesta de Giddens (la Tercera Vía) son los siguientes:

La globalización. Hoy en día, el discurso globalizador invade los medios, los círculos sociales, académicos y políticos. Sin embargo, pocos conocen qué es exactamente la globalización, y sobre todo, que implicaciones tiene para la sociedad, especialmente para los grupos marginales. Este fenómeno que no es una fuerza natural, está transformando las instituciones tradicionales de las sociedades en las que vivimos, ya que no se trata simplemente de una pura interdependencia económica, sino la mutación de los tiempos y de los espacios en nuestras vidas. Para Giddens el Estado nación tradicional no desaparece, pero si observa una ascendencia del “nuevo individualismo”, típico del Estado liberal surgido de la revolución francesa y transformado por las democracias liberales occidentales.


El individualismo: ¿en que sentido las sociedades modernas se están haciendo más individualistas? Todos los países occidentales se han vuelto pluriculturales, con una proliferación de estilos de vida en detrimento de la antigua solidaridad social. El nuevo individualismo está ligado a presiones hacia una mayor democratización.


Izquierda y derecha. En el discurso político contemporáneo se insiste en que estos términos han perdido significado real, puesto que las ideologías conducen al radicalismo y éste nunca ha sido una forma viable de asumir los conflictos y de proponer soluciones. Entonces, emerge el pragmatismo como mecanismo de solución viable. Por lo tanto, los contornos y el perfil de las fronteras entre la izquierda y la derecha, se han alterado y han cambiado sus ubicaciones tradicionales predominando ahora el enfoque de la igualdad y poniendo de relieve problemas emergentes e inéditos para las ideologías tradicionales: la ecología, la naturaleza cambiante de la familia, el trabajo y la identidad personal y cultural de las etnias, la pluralidad de las culturas, etc.


Capacidad de acción política. Giddens se pregunta si la política se está alejando de los mecanismos ortodoxos de la democracia, pues es sabido que los partidos políticos parecen agotados en sus posibilidades reales de representar los intereses y las expectativas de la sociedad y es así como han surgido los Organizaciones no Gubernamentales (ONG’s) y los movimientos sociales no corporativizados bajo siglas oficiales, ya gubernamentales o ya partidistas. En todo caso, es cierto que tanto unos como otros no pueden reemplazar al gobierno ni al Estado en sus funciones primordiales. Por otra parte, Giddens propone que la idea de “gobierno”, bajo la perspectiva de la Tercera Vía, está llamado a ocupar posiciones más amplias que las que hasta ahora han ocupado los gobiernos propiamente “nacionales”.


Los problemas ecológicos. Aquí el problema es cómo integrar a los gobiernos socialdemócratas las políticas públicas inspiradas en la preocupación por al ambiente, sin que éstas maticen el horizonte político que obviamente es de espectro más amplio y diversificado. Los movimientos sociales “verdes” parecen pretender radicalizar sus propuestas y permear, es decir, totalizar la política con sus propuestas.

En síntesis, la Tercera Vía propuesta por Giddens no asume la globalización con ese fanatismo neoliberal del que el entonces Presidente Zedillo parecía tan convencido en aquélla reunión de Davos, Suiza, no obstante que políticos como el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, y como el supremo especulador financiero internacional George Soros, beneficiario de la globalización, habían expresado ya sus reservas sobre las perspectivas del modelo neoliberal en términos de sus impactos negativos sobre el bienestar general de los pueblos de los países capitalistas periféricos de capitalismo dependendista subdesarrollado. La socialdemocracia, o nueva izquierda, tampoco asume la globalización con un apoyo incondicional ni universal al libre comercio, como lo hace el gobierno mexicano, no obstante que sus “socios comerciales”, como los Estados Unidos y ahora los países de la comunidad europea, son de suyo proteccionistas y no se adhieren al cien por ciento a las prácticas irracionales de la apertura de sus fronteras comerciales.

La propuesta de Giddens va en el orden de identificar al libre comercio como una fuente de beneficios siempre y cuando el libre mercado, dado el poder social y culturalmente destructivo con que se acompaña, no dañe la identidad, la soberanía y el bienestar de las personas y de sus familias. Por lo tanto, la globalización, el libre mercado y el propio Estado liberal, deben ser permanentemente evaluados.

Los valores que adopta el capitalismo centrado no en el individualismo anglosajón, sino en la comunidad, es decir, el que sustenta la socialdemocracia enarbolado ahora por la Tercera Vía, desde la perspectiva de Giddens y de otros importantes intelectuales y académicos que debaten sobre este tema trascendente, son los valores que se asocian con la igualdad, la libertad, la fraternidad, la justicia, la tolerancia hacia los grupos cultural y políticamente diversos, la autonomía, los derechos con responsabilidad, la autoridad legitimada por la democracia y el consenso asociado al pluralismo cosmopolita.

La nueva política socialdemócrata busca una nueva relación entre el individuo y la comunidad y ello implica una suerte de reconstrucción del Estado liberal y burgués surgido de la revolución francesa; en este sentido, es preciso redefinir el sistema de relaciones institucionales entre sociedad, gobierno y Estado. Por otra parte, el problema de la legitimidad del Estado y del gobierno es fundamental para la socialdemocracia, ya que en una sociedad donde la tradición y la costumbre están perdiendo su fuerza, la única ruta para restablecer su autoridad es la democracia.

Finalmente, la reconstrucción del Estado, para la socialdemocracia, estriba fundamentalmente en el rediseño de su estructura administrativa resolviendo la descentralización como una filosofía de servicio orientada a satisfacer las necesidades y las expectativas de la sociedad, así como para poder reconocer al ciudadano en sus dos dimensiones esenciales: primero como un elector cuyas decisiones en las urnas definen el tipo de ejecutivos públicos y de programas fiscales y de gobierno que requiere en un determinado momento. Esta perspectiva supone que el ciudadano en calidad de elector contrata a sus servidores públicos decidiendo el tipo de proveedor político (los partidos) que mejor se identifique con sus expectativas. Por otro lado, el nuevo Estado socialdemócrata tiene que reconocer que el ciudadano es también un contribuyente y que, en calidad de tal, es el financiador que, con sus impuestos, sostiene al estado y al aparato burocrático, el cual debe estar a su servicio.

La socialdemocracia se arroga la tesis de que así como en el mercado los oferentes y los demandantes concurren con libertad para ajustar sus equilibrios mediante el mecanismo de los precios, así en lo político es también necesario considerar al electorado como una especie de “mercado” al cual concurren los partidos y los candidatos ofreciendo sus propuestas (“ofertas políticas”) para que los ciudadanos expresen sus “demandas” y ajustando los equilibrios políticos mediante el mecanismo de los votos.

Allende los asuntos electorales, las socialdemocracias europeas reconocen que las regiones, las localidades y las etnias, deben ser tomadas en cuenta por la esfera pública y atender sus demandas y autonomías incorporándolas por medio de la representación popular a las decisiones generales de la sociedad.

En México, las propuestas socialdemócratas no han podido consumarse pese a que, cuando menos un partido político, el PRD, ha intentado promoverlo. Hace falta unidad en ese partido, menos luchas internas tribales, y más independencia de liderazgos personalistas y caciquiles como el de López Obrador. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue una esperanza frente a la derecha representada por el Partido Acción Nacional (PAN).

México, al parecer, está muy lejos por el momento de acceder a una izquierda moderna, sino a la europea, si cuando menos a la chilena, argentina o brasileña.

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