jueves, 2 de agosto de 2007

El animal político y los políticos animales

Por WALDO PEÑA CAZAS
Por mucho tiempo, la política fue privilegio de doctorcitos y militares; y las grandes mayorías -incluidas todas las mujeres- estaban legalmente marginadas. Nuevas leyes posibilitaron la participación de todos como electores o elegidos; pero en teoría, porque grandes sectores seguían excluidos, no sólo por ignorancia o por falta de oportunidades, sino sobre todo por una pobre economía y por prejuicios de clase. El sólo nombre de Evo Morales provocaba escalofríos en las "buenas familias", y las beatas se santiguaban.

Pero el monstruo está hoy en el poder, por el voto democrático, y las elites aún cuestionan a los nuevos protagonistas que han cambiado el "look" de la política con actitudes, modales y ropas poco convencionales. Otros, engreídos además de prejuiciosos, entienden mal eso de que "el hombre es un animal político" y creen que cualquier animal puede vivir de la política, cuando la idea de Aristóteles es que somos la única especie zoológica que nace con tendencia y con capacidad para organizarse en sociedad. El filósofo no sabía que las abejas y las hormigas organizan sus sociedades mejor que los hombres, obedeciendo a un impulso biológico que les hace trabajar cumpliendo cada cual una tarea para el bien común, sin privilegios, sin usurpar funciones ajenas, lo cual demuestra la inutilidad de la política y de los partidos.

En un sentido aristotélico, los ciudadanos que viven en ciudades políticamente organizadas (polis) son todos "animales políticos", porque obedecen a un contrato social tácito, renunciando a un poco de su libertad individual en beneficio común. Otra cosa son los "políticos animales": aquellos que viven de la política creyendo que ésta consiste en postularse a la presidencia o al parlamento, o en alborotar las calles y pintar paredes para usufructuar el Estado.

Que todos seamos "animales políticos" no significa que todos tengamos capacidad para administrar los asuntos públicos y conducir la sociedad, como pueden nadar todos los animales acuáticos o volar todas las aves. Pero los políticos animales creen que el solo hecho de haber sido paridos les da derecho a gobernar, porque la gestión de los asuntos comunes suscita lo que llamamos política, que ha engendrado castas profesionales de "hombres públicos", plaga que sólo azota a las sociedades humanas.

Por definición, el hombre público deja de pertenecerse a sí mismo para pertenecer a todos, como la mujer pública, porque ser público implica una renuncia a la vida privada y la obligación de satisfacer a todos. El servicio público no es una profesión, sino la ejecución de un mandato representando las virtudes e ideales comunes con dignidad. A un hombre público se le debe exigir más de lo que se espera del ciudadano común, porque trasunta los ideales nacionales y las virtudes de la raza. Es una aberración vivir de la política como sempiterno diputado, concejal, ministro, alcalde o presidente, porque uno de los fundamentos de la democracia es la alternabilidad.

Pero cualquier animal político puede legalmente convertirse en político animal, con solo renunciar a la dignidad, a la ética y a la estética, sin que sea necesario postularse a concejal o diputado: basta con escandalizarse por tener un campesino presidente y despreciarle por su apellido y por su español con un natural sustrato quechua o aymara. ¿Es mejor hablar como Goni, con interferencias reales o postizas del inglés, a lo Nat King Cole o a lo "pachuco" mejicano?
¿Quién es más peligroso como político: un campesino iletrado o un bribón con título académico?

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