viernes, 5 de octubre de 2007

FINANZAS PÚBLICAS DE LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA

Dr. Cuauhtémoc D. Molina García
Desde la perspectiva de las finanzas públicas, la ciencia política y la administración pública, la distribución proporcional del gasto de una nación es un indicador adecuado de la importancia que se asigna a un sector, a una política o a un programa en especial.
El caso mexicano revela que el sector educación no recibe una importancia mayor en nuestra nación que el otorgado por nuestros vecinos y competidores comerciales, lo cual coloca al gobierno mexicano en una situación paradójica en términos de política pública y de gestión.
En efecto, las asignaciones presupuestales revelan la importancia relativa que los órganos del Estado mexicano —Diputados y Ejecutivo Federal— conceden a las prioridades nacionales; también expresan los componentes ideológicos de la clase en el poder y las actitudes que de ellas se derivan en materia de políticas públicas con miras a lograr la inclusión y la justicia social.
La proporción de la riqueza generada en nuestro país que se destina a promover la educación, es menor que la otorgada en promedio por los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). Adicionalmente, el monto de la riqueza producida por nuestro país es significativamente inferior a la del resto de los países asociados.
Si consideramos con precisión el monto total de los fondos generados en un año determinado por cada una de las economías de referencia, encontramos que México sólo alcanza el 50% de lo que se dispone en promedio en las economías de los países de la OCDE, y que es sustancialmente triplicado por las propias de Canadá y Estados Unidos.
La situación es aún más grave cuando se analiza la inversión nacional en educación, puesto que las desproporciones alcanzan niveles de cuatro, cinco y seis veces más fondos disponibles para ello, en cada uno de nuestros socios y competidores, incluso en países cuya relación comercial no esta explícitamente asociada a la actividad económica de México.
Por todos es sabido que la educación reviste una importancia fundamental para el desarrollo de las sociedades y como determinante de oportunidades de vida para los individuos, tanto más por cuanto a la movilidad social y el crecimiento económico se refiere. Uno de los principales beneficios de la educación se asocia a la ampliación de las capacidades, conocimientos, habilidades y destrezas que logran los sujetos en su formación académica, que son aplicables en los espacios de trabajo, sea como emprendedores individuales o como asociados, o bien vinculados a empresas o instituciones en calidad de asalariados.
La correlación comunmente aceptada y probada indica claramente que el número de años que dedica una persona a los estudios aumenta significativamente sus posibilidades de participar en la estructura productiva de la nación. Si la educación se puede entender como la transferencia del conocimiento global y regional para el beneficio de los individuos, la investigación es, sin duda, el motor básico que las sociedades poseen para generar el conocimiento, y solo así se comprenden los fenómenos y se desarrollan aplicaciones que permiten elevar la calidad de vida de las personas del conjunto social.
El siglo XXI será, sin duda, la era del conocimiento y en la que el principal factor de las operaciones productivas será el componente del saber aplicado en ellas. Actualmente el valor de los productos y de los servicios esta determinado por el conocimiento que les sustenta y será mucho mayor en los años por venir. No invertir en el desarrollo del conocimiento, en la investigación de los fenómenos de interés global y en las necesidades particulares de nuestra nación, es condenar a nuestra sociedad a una relación de subordinación de manera indefinida, y colocar encima de todo a las clases menos favorecidas del país —sumidas en estado de gran pobreza— a condiciones de marginalidad perpetua.
La situación de México, en materia de inversión en ciencia y tecnología es particularmente delicada. La sociedad mexicana se hace, sin investigación ni tecnología propias, más dependiente y menos soberana. ¿Qué pensarán nuestros gobernantes, incluidos los legisladores federales?

LA POLÍTICA DE GASTO PÚBLICO EN MÉXICO

Dr. Cuauhtémoc D. Molina García
Las políticas de gasto público en México cambiaron su perfil luego de las crisis financieras derivadas de los excesos populistas del denominado "nacionalismo revolucionario", en particular de los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, calificados de nefastos en materia de política económica por propios y extraños.
Los ajustes presupuestales, necesarios y coincidentes con los deseos del FMI y por las "sugerencias" del Consenso Washigton, enfatizaron los lineamientos del gasto público, los recortes y la gradual pero sostenida retirada del Estado en la economía.
Las estrategias que buscaron garantizar el éxito de la política de gasto fueron:
• Mantener los techos de las erogaciones públicas;
• Haber privilegiado, en la composición del gasto, a la inversión pública y al gasto social; y
• Reformar el proceso presupuestario para elevar la eficiencia y la calidad del gasto público.
Entre 1988 y 1993, la disciplina presupuestaria consistió, primero, en contener el gasto
programable, y después, sujetarlo al nivel de los ingresos fiscales y condicionar su expansión al
crecimiento real del PIB. Esto se logró a través de un amplio programa de retiro voluntario de personal en áreas no estratégicas no prioritarias, lasí como la reducción y racionalización de los subsidios y las transferencias, tanto como la desincorporación de empresas estatales.
Con los recursos de la venta de las paraestatales -de la que PEMEX se ha salvado- se amortizó la deuda interna. Con ello disminuyó la presión al gasto debido a la reducción del costo financiero.
Con estas acciones, el Gobierno Federal continuó generando balances primarios positivos y a partir de 1988 recurrió en menor medida a los mercados financieros para fondearse.
Eliminada esta fuente de presión al alza en las tasas de interés, y aunado a la renegociación de la deuda externa para extender los plazos de su vencimiento, el sector público pudo transformarse de demandante a oferente de recursos hacia los sectores privado y social. Así, en 1991 alcanzó un balance financiero positivo, y, en 1994, el costo financiero de la deuda llegó al nivel más bajo de los últimos veinte años: llegó a representar el 2.44% y 10.7 del PIB y del gasto neto total, respectivamente.
La disminución de la deuda y de su costo financiero, así como el redimensionamiento del estado, propiciaron una reducción del gasto neto total de forma que su nivel se pudo ajustar a la captación de ingresos estables y permanentes. Asimismo, permitió reasignar mayores recursos a la creación y el fomento de infraestructura productiva y social, a los sectores sociales en pobreza
extrema y a las funciones sociales que contribuyen directamente al mejoramiento de los recursos humanos del país: educación, salud, seguridad social, vivienda e infraestructura hidráulica.
No obstante, el paradigma reduccionista del gasto público del Estado mexicano repercutió seriamente en los programas de la educación superior y de la ciencia y la tecnología. El gobierno mexicano -recientemente de orientación conservadora- ha asumido las políticas de mercado con extrema obsesión y el sistema de educación superior parece un sistema en extinción cuyo deterioro favorece al sector privado de la educación.
Ya veremos las consecuencias sociales de estas medidas en la inversion social del país.

domingo, 30 de septiembre de 2007

CUIDADO CON PEMEX...

Dr. Cuauhtémoc D. Molina García

¿Cuántas formas hay de privatizar?, ¿cuáles son las modalidades de la privatización?, ¿cómo PEMEX se nos puede ir de las manos?, ¿en qué piensan panistas y priístas irredentos?
Las diferentes modalidades de la privatización pueden agruparse fundamentalmente en tres tipos o categorías muy amplias, pues cada una contiene modalidades sui géneris. Estas son:

1) Transferencia de la propiedad de los activos públicos al sector privado.
2) Concesiones, contratos, y subastas públicas para la provisión de bienes y servicios por parte de las empresas del sector privado y,
3) Liberalización o desregulación de los mercados de monopolio legales, haciendo especial referencia a la libertad de entrada y de acceso a nuevas empresas en el mismo.
La elección de una u otra modalidad dependerá de los objetivos que se persigan y del tipo de actividad económica que se considere. Sin embargo, pueden originarse situaciones conflictivas entre los objetivos a alcanzar en el proceso de privatización, especialmente entre los objetivos financieros y las posibles mejoras de la eficiencia. En efecto, el valor de los activos públicos en venta, es mayor cuanto mayor sean los privilegios monopolísticos que la empresa privatizada, o en proceso de privatización, retenga en su poder. Pero, entonces, en este supuesto, el objetivo de la eficiencia no se logrará, puesto que, de esta forma, el monopolio privado podrá fijar los precios a unos niveles superiores al coste marginal. La ausencia de competencia, en este caso, impedirá el mejoramiento de la eficiencia productiva.
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¿POR QUÉ PRIVATIZAR?

Por Cuauhtémoc D. Molina García

Durante el gobierno de Salinas de Gortari -en el caso mexicano- la privatización se llamó "modernización"; otros gobiernos la bautizaron como "desincorporación". Los nombres han cambiado en un intento de engañar, o cuando menos de no decirle a la sociedad (los electores) las cosas por su nombre.
El Estado mexicano propietario tuvo fines sociales y de reindivincación justiciera, sobre todo luego de la Revolución de 1910; ciertamente, los regímenes de corrupción y exceso llevaron al Estado nacional revolucionario a la hecatombe y, con el advenimiento de las recetas del Consenso Washington, las cosas se llevaron al exceso.
Es verdad que las finanzas públicas del Estado se encontraban en desproporción y en déficit de proporciones tan pesadas que la economía no podría soportar más el peso de los desbalances. Pero también es verdad que tal estado de cosas no podría seguir, y había urgentemente que sanear la economía y las finanzas públicas. Las formas de saneamiento eran evidentes: reducir el gasto público y tratar de mejorar los ingresos, aún sin reforma fiscal de fondo.
Los ingresos petroleros, y la inversión extranjera, ayudaron al proceso. Pero las medidas "de tajo" fueron por el lado de los egresos, y éstos eran generados por una buena cantidad de empresas públicas deficitarias y manejadas con criterios políticos y cuyos dirigentes fueron ineptos en tales menesteres.

¿Por qué privatizar?, o más bien, ¿para qué privatizar?
Hoy en día las tentaciones privatizadoras son fuertes. Para algunos -me incluyo- se trata de un despojo al pueblo de México (PEMEX, sobre todo); para otros se trata de una medida indispensable porque es la única que puede colocar a esta empresa en condiciones de capacidad financiera y de competitividad frente al mundo moderno y frente a la previsible agotación de los recursos naturales y la aparición de fuentes energéticas emergentes.
No puede el sistema económico nacional cotinuar financiándose con recursos provenientes de la venta del crudo, sobre todo si estos son para el gasto corriente.
Así las cosas, tenemos que la privatización de los bienes y activos públicos, en términos puros, buscaría objetivos tales como los siguientes:

1) Que las decisiones de dirección y de gestión de las empresas privatizadas resulten completamente despolitizadas.
2) Conseguir una mayor eficiencia en el rendimiento de las empresas privatizadas.
3) Alcanzar un mayor grado de competitividad en las empresas liberalizando el mercado, para precisamente así obtener una mayor eficacia.
4) Procurar que los bienes y servicios proporcionados por las empresas privatizadas expresen los costos reales y no los subvencionados.
5) Que las inversiones realizadas reflejen el verdadero costo del capital utilizado.
6) Incrementar los fondos de la Hacienda Pública, o del Tesoro, mediante la venta de los activos públicos.
7) Evitar el despilfarro que supone el mantenimiento de subvenciones continuas a empresas con pérdidas permanentes, y cortar así el déficit del presupuesto.
8) Ampliar el mercado de capitales permitiendo el acceso al mismo de nuevos inversores.

¿Qué pasará con PEMEX?, ¿cuáles serán las modalidades de privatización que se discuten en los entretelones del poder?

lunes, 24 de septiembre de 2007

Los dineros públicos

Dr. Cuauhtémoc D. Molina García

El origen de los parlamentos europeos fue el debate por el presupuesto público, es decir, la discusión acerca de cómo y en qué forma y destinos deberían gastarse -o invertirse- los dineros de la sociedad, es decir, sus recursos fiscales. Por ello, los clásicos franceses dijeron siempre que el Parlamento es hijo del presupuesto.
No hay programa de gobierno -política pública, como hoy se dice con elegancia académica- que no pase por presupuesto. De ahi que la decisión política fundamental de la sociedad sea cómo y de qué manera sus dineros financiarán al Estado y cómo éste asignará dichos recursos en la sociedad. Dos cuestiones básicas: el financiamiento y el gasto público. Lo que se denomina la política fiscal.
Debemos pagar impuestos para sostener al Estado y su burocracia, así lo dice el mandato constitucional en México y en cualquier país del mundo. No es grato hacerlo en ningún lugar. Pero hay que hacerlo.
El Estado, en contraparte, está obligado a distribuir con sentido de justicia tales dineros, de modo que contribuya tanto al crecimiento económico como a la justicia social.
México es un país con una estructura fiscal que debió haberse reformado desde hace cuando menos 30 años, o sea, durante el sexenio de Luis Echeverría, cuando menos. Y no se hizo.
Hoy, la talla de la camisa fiscal de la sociedad mexicana es del número 28, cuando México era un niño de apenas 12 años. Hoy ese niño ya creció y su talla debería ser 38. Obviamente, las necesidades de gasto publico para atender una sociedad no solo más grande, sino sobre todo más desigual que nunca, son mayores y los montos simplemente no alcanzan.
¿Qué hacer?
Necesitamos avanzar hacia una Reforma Fiscal efectiva y real, y no solamente consiguiendo cambios tibios y coyunturales que no solucionan de fondo los graves problemas del país. Además, es criminal que los recursos provenientes del petróleo continuén financiando el erario público cuando deberían asignarse los dineros del petróleo a destinos estratégicos que sostengan el desarollo futuro del país, que lo haga sustentable, como dicen los modernos. Cuando menos a la urgente prioridad de recapitalizar PEMEX.
Pero para que nuestras finanzas públicas sean democráticas y con sentido social, se necesita un Congreso formado por hombres socialmente cultos, es decir, por políticos conscientes y maduros, y no por los primates legisladores que hoy por hoy se embolsan nuestros impuestos para discutir temas baladíes e insulsos que en nada contribuyen al progreso social. Por ejemplo, la discusión de sus propios intereses, o si el Presidente sube o no un escalón para entregar su Informe constitucional. ¡Ridículo, en verdad!
Necesitamos una democracia madura, solvente. Ahi debemos avanzar. Necesitamos mejores partidos y mejores hombres de la política. Necesitamos medios -prensa y TV- más críticos y objetivos.

Reforma electoral

Muchas son las opiniones y muchas las percepciones que se dirimen en los medios, televisivos sobre todo, respecto de las decisiones tomadas por el Congreso mexicano al respecto. Lo cierto es que, en todas las campañas electorales, los únicos ganones al final eran los empresarios concesionarios de los medios de comunicación. Carretadas de dinero les ingresaba en cada una de las campañas electorales y el dispendio era -y sigue siendo- francamente ofensivo para la dignidad de los mexicanos, dadas las imperiosas necesidades que satisfacer en otros órdenes públicos del país.
Ahora, merced a la reforma de marras -para muchos incompleta- los propietarios dejarán de ser el poder mediátio que fueron en el pasado, o lo segurán siendo, pero de otro modo.
Los medios, comercializados y corrompidos con los dineros públicos asignados a los partidos por el IFE, estropearon en mucho el verdadero carácter de la democracia mexicana, incipiente e inmadura. El sentido de la propuesta, de la ideología y del programa de gobierno ofrecido a la sociedad por los candidatos y sus partidos, dejó de tener sentido ante la mediática imposición de un falso sentido de la mercadotecnia y de la propia política.
La propuesta política dejó de serlo y las políticas públicas ofrecidas (no "ofertadas", por favor) se perdieron en el marasmo de los spots, la gente (el pueblo votante) dejó también de valorar el verdadero sentido del juego político, y la democracia real había llegado a su fin ante las falacias y las descalificaciones mutuas y torpes de candidatos vacíos de imaginación y ausentes de contenido político y social.
Por su parte, la mercadotecnia electoral se había hecho light al deteriorarse su sentido y abaratarse su contenido y potencialmente su valiosa contribución al quehacer político. "Hacer y emitir spots" no es hacer mercadotecnia y menos es hacer política.
La mercadotecnia es mucho más que "anunciar" y mucho más que "hacer publicidad o propaganda". La política, por su parte, también es mucho más que campañas electoreras.

Con la reforma electoral -amén del descabezamiento del IFE negociado por el PRD- se logran pasos sustanciosos en bien de la comunicación real y efectiva de la política. Los políticos, por fin, volverán a hacer política y probarán sus capacidades y talentos para ofrecer soluciones y propuestas que la sociedad demanda; retornarán a la lona de las arenas sociales, se darán baños de pueblo, visitarán a los electores en sus casas y colonias en búsqueda de su voto y apoyo, los verán cara a cara, llegarán a la gente si efectivamente quieren ganar. Probarán, en suma, el polvo y conocerán en vivo las carencias y urgentes necesidades sociales.
La realidad se hará realidad de a deveras, y no la que veían los juniors de la política en las pantallas de sus Laptops y en los resúmenes ejecutivos que sus agencias de mercadotecnia les elaboraban.
A ver qué sucede en los hechos, esperemos que haya menos dispendio, más política y más propuestas, y los medios... a informar y no a deformar vendendiéndose al mejor postor.
Ojalá que los empleados de los empresarios (los López Dóriga, los de la Torre de TV Azteca, los Férriz de Con y los Sarmiento y tantos más) recapaciten y dejen de decir sandeces como las que emitieron hasta la saciedad argumentando que la libertad de expresión se acabó en México.
Lo que se les acabó fue el negocito que los mexicanos hubimos de fiananciar largos años...

viernes, 3 de agosto de 2007

La socialdemocracia


Por Dr. Cuauhtémoc D. Molina García

La caída del muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética, y con él el desmoronamiento del socialismo real, provocó que la propaganda occidental colocara al capitalismo como el paradigma económico, político y social triunfador, luego de la histórica confrontación surgida como consecuencia del fin de la Segunda Guerra Mundial. De esta manera, el mundo debía transitar —en los albores de un nuevo siglo y milenio— hacia la predominancia de la ideología liberal en todos los órdenes de la vida y de la cultura. Junto a los procesos de reacomodo de las fuerzas militares, políticas, tecnológicas y financieras en el mundo, aparecían la apertura comercial y la globalización como los nuevos esquemas de convivencia entre los Estados y los pueblos, y ello sugería la modificación de las políticas públicas que los gobiernos habían implantado cuando se inspiraban en las ideas sociales y en la filosofía del Estado Benefactor.

A partir de la llegada de los gobiernos neoliberales al poder en Europa, impulsados por el thacherismo en Gran Bretaña, los partidos políticos socialdemócratas europeos permanecieron muchos años marginados de la preferencia de los electores, quienes seducidos por las tesis liberales capitalistas puras, y decepcionados por el marxismo desacreditado, vieron en el libre mercado la ventana de salvación y el resurgimiento de sus niveles de vida. En América, Ronald Reagan, entonces exitoso presidente de los Estados Unidos, dio la pauta para que numerosos gobiernos latinoamericanos asumieran las tesis libremercantilistas como la salida a sus problemas económicos internos. Por supuesto, los organismos financieros internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, entre otros), condicionaron sus apoyos a que los gobiernos adoptaran sus recomendaciones, recomendaciones que fueron calificadas como “el recetario neoliberal” para salir de las crisis estructurales y coyunturales de sus respectivas economías.

México no fue la excepción, pues el gobierno de Miguel de la Madrid, sumido en la crisis financiera más profunda hasta ese momento, crisis que fue calificada como “de caja”, tuvo que adoptar las recomendaciones de los organismos financieros mediante las célebres “cartas de intención”, ya puestas de moda desde la administración anterior. Con Carlos Salinas, la denominada “política moderna” sugería el adelgazamiento del Estado, la drástica disminución del gasto público, especialmente del social, para privilegiar el pago de la deuda, “sanear” las finanzas públicas para disminuir el déficit presupuestal y transparentar los procesos electorales para acomodar la democracia en el sistema político nacional. México tuvo que someterse a las reglas del neoliberalismo, en parte por decisión de su clase política emergente, recién llegada al poder y suficientemente convencida de que el libre mercado implicaba la norma mágica para acceder a la recuperación económica, y en parte también debido a la expansión de la inversión y con ella, el resarcimiento del empleo y el crecimiento sostenido y estable de la economía. Por otro lado, los enunciados del libre mercado se asumían como imposición condicional de los organismos financieros internacionales, quienes no darían ningún centavo para financiar las crisis si no adoptaban los gobiernos sus recomendaciones.

Pasaron pocos años para que la población empezara a experimentar las consecuencias negativas del liberalismo, entre ellas el desempleo, la migración y la falta de oportunidades, y fue así como el éxito del liberalismo, como triunfador sobre el socialismo, fue ciertamente efímero. En los países latinoamericanos, las consecuencias fueron más que dramáticas, y en el caso particular de México, las cifras de incremento de la pobreza (40 millones en pobreza y 20 millones en miseria) son ciertamente alarmantes. No obstante ello, el gobierno ve la realidad nacional desde la perspectiva de un mundo feliz.

En Europa, los electores tomaron decisiones rápidas y pronto empezaron a llevar al poder, de nueva cuenta, a los partidos políticos que antaño habían sostenido tesis socialistas y que hoy renovaban sus idearios bajo el esquema de lo que ha sido común en llamar “la nueva izquierda” o la socialdemocracia. La socialdemocracia es ciertamente un proyecto de renovación política de los años noventa muy mesurado, que mantiene propuestas liberales pero que inserta enfoques de horizonte social y que por supuesto renueva el esquema aparentemente agotado del Estado de bienestar. La socialdemocracia asimila el paradigma globalizador y el aperturismo comercial, rompiendo drásticamente con la “vieja izquierda” dura y proponiendo una renovación ideológica que puede bien sintetizarse como una suerte de socialismo aligerado o bien como un capitalismo comunitario o colectivista (el llamado capitalismo “renano”).

La propuesta socialdemócrata anticipa la emergencia de la Tercera Vía de Anthony Giddens, adoptada con gran éxito político, social y económico por Anthony Blair en Gran Bretaña, Lionel Jospin en Francia, Massimo D’Alema en Italia y Gerhard Schroeder en Alemania.

Los puntos en los que centra su atención la propuesta de Giddens (la Tercera Vía) son los siguientes:

La globalización. Hoy en día, el discurso globalizador invade los medios, los círculos sociales, académicos y políticos. Sin embargo, pocos conocen qué es exactamente la globalización, y sobre todo, que implicaciones tiene para la sociedad, especialmente para los grupos marginales. Este fenómeno que no es una fuerza natural, está transformando las instituciones tradicionales de las sociedades en las que vivimos, ya que no se trata simplemente de una pura interdependencia económica, sino la mutación de los tiempos y de los espacios en nuestras vidas. Para Giddens el Estado nación tradicional no desaparece, pero si observa una ascendencia del “nuevo individualismo”, típico del Estado liberal surgido de la revolución francesa y transformado por las democracias liberales occidentales.


El individualismo: ¿en que sentido las sociedades modernas se están haciendo más individualistas? Todos los países occidentales se han vuelto pluriculturales, con una proliferación de estilos de vida en detrimento de la antigua solidaridad social. El nuevo individualismo está ligado a presiones hacia una mayor democratización.


Izquierda y derecha. En el discurso político contemporáneo se insiste en que estos términos han perdido significado real, puesto que las ideologías conducen al radicalismo y éste nunca ha sido una forma viable de asumir los conflictos y de proponer soluciones. Entonces, emerge el pragmatismo como mecanismo de solución viable. Por lo tanto, los contornos y el perfil de las fronteras entre la izquierda y la derecha, se han alterado y han cambiado sus ubicaciones tradicionales predominando ahora el enfoque de la igualdad y poniendo de relieve problemas emergentes e inéditos para las ideologías tradicionales: la ecología, la naturaleza cambiante de la familia, el trabajo y la identidad personal y cultural de las etnias, la pluralidad de las culturas, etc.


Capacidad de acción política. Giddens se pregunta si la política se está alejando de los mecanismos ortodoxos de la democracia, pues es sabido que los partidos políticos parecen agotados en sus posibilidades reales de representar los intereses y las expectativas de la sociedad y es así como han surgido los Organizaciones no Gubernamentales (ONG’s) y los movimientos sociales no corporativizados bajo siglas oficiales, ya gubernamentales o ya partidistas. En todo caso, es cierto que tanto unos como otros no pueden reemplazar al gobierno ni al Estado en sus funciones primordiales. Por otra parte, Giddens propone que la idea de “gobierno”, bajo la perspectiva de la Tercera Vía, está llamado a ocupar posiciones más amplias que las que hasta ahora han ocupado los gobiernos propiamente “nacionales”.


Los problemas ecológicos. Aquí el problema es cómo integrar a los gobiernos socialdemócratas las políticas públicas inspiradas en la preocupación por al ambiente, sin que éstas maticen el horizonte político que obviamente es de espectro más amplio y diversificado. Los movimientos sociales “verdes” parecen pretender radicalizar sus propuestas y permear, es decir, totalizar la política con sus propuestas.

En síntesis, la Tercera Vía propuesta por Giddens no asume la globalización con ese fanatismo neoliberal del que el entonces Presidente Zedillo parecía tan convencido en aquélla reunión de Davos, Suiza, no obstante que políticos como el entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, y como el supremo especulador financiero internacional George Soros, beneficiario de la globalización, habían expresado ya sus reservas sobre las perspectivas del modelo neoliberal en términos de sus impactos negativos sobre el bienestar general de los pueblos de los países capitalistas periféricos de capitalismo dependendista subdesarrollado. La socialdemocracia, o nueva izquierda, tampoco asume la globalización con un apoyo incondicional ni universal al libre comercio, como lo hace el gobierno mexicano, no obstante que sus “socios comerciales”, como los Estados Unidos y ahora los países de la comunidad europea, son de suyo proteccionistas y no se adhieren al cien por ciento a las prácticas irracionales de la apertura de sus fronteras comerciales.

La propuesta de Giddens va en el orden de identificar al libre comercio como una fuente de beneficios siempre y cuando el libre mercado, dado el poder social y culturalmente destructivo con que se acompaña, no dañe la identidad, la soberanía y el bienestar de las personas y de sus familias. Por lo tanto, la globalización, el libre mercado y el propio Estado liberal, deben ser permanentemente evaluados.

Los valores que adopta el capitalismo centrado no en el individualismo anglosajón, sino en la comunidad, es decir, el que sustenta la socialdemocracia enarbolado ahora por la Tercera Vía, desde la perspectiva de Giddens y de otros importantes intelectuales y académicos que debaten sobre este tema trascendente, son los valores que se asocian con la igualdad, la libertad, la fraternidad, la justicia, la tolerancia hacia los grupos cultural y políticamente diversos, la autonomía, los derechos con responsabilidad, la autoridad legitimada por la democracia y el consenso asociado al pluralismo cosmopolita.

La nueva política socialdemócrata busca una nueva relación entre el individuo y la comunidad y ello implica una suerte de reconstrucción del Estado liberal y burgués surgido de la revolución francesa; en este sentido, es preciso redefinir el sistema de relaciones institucionales entre sociedad, gobierno y Estado. Por otra parte, el problema de la legitimidad del Estado y del gobierno es fundamental para la socialdemocracia, ya que en una sociedad donde la tradición y la costumbre están perdiendo su fuerza, la única ruta para restablecer su autoridad es la democracia.

Finalmente, la reconstrucción del Estado, para la socialdemocracia, estriba fundamentalmente en el rediseño de su estructura administrativa resolviendo la descentralización como una filosofía de servicio orientada a satisfacer las necesidades y las expectativas de la sociedad, así como para poder reconocer al ciudadano en sus dos dimensiones esenciales: primero como un elector cuyas decisiones en las urnas definen el tipo de ejecutivos públicos y de programas fiscales y de gobierno que requiere en un determinado momento. Esta perspectiva supone que el ciudadano en calidad de elector contrata a sus servidores públicos decidiendo el tipo de proveedor político (los partidos) que mejor se identifique con sus expectativas. Por otro lado, el nuevo Estado socialdemócrata tiene que reconocer que el ciudadano es también un contribuyente y que, en calidad de tal, es el financiador que, con sus impuestos, sostiene al estado y al aparato burocrático, el cual debe estar a su servicio.

La socialdemocracia se arroga la tesis de que así como en el mercado los oferentes y los demandantes concurren con libertad para ajustar sus equilibrios mediante el mecanismo de los precios, así en lo político es también necesario considerar al electorado como una especie de “mercado” al cual concurren los partidos y los candidatos ofreciendo sus propuestas (“ofertas políticas”) para que los ciudadanos expresen sus “demandas” y ajustando los equilibrios políticos mediante el mecanismo de los votos.

Allende los asuntos electorales, las socialdemocracias europeas reconocen que las regiones, las localidades y las etnias, deben ser tomadas en cuenta por la esfera pública y atender sus demandas y autonomías incorporándolas por medio de la representación popular a las decisiones generales de la sociedad.

En México, las propuestas socialdemócratas no han podido consumarse pese a que, cuando menos un partido político, el PRD, ha intentado promoverlo. Hace falta unidad en ese partido, menos luchas internas tribales, y más independencia de liderazgos personalistas y caciquiles como el de López Obrador. El Partido de la Revolución Democrática (PRD) fue una esperanza frente a la derecha representada por el Partido Acción Nacional (PAN).

México, al parecer, está muy lejos por el momento de acceder a una izquierda moderna, sino a la europea, si cuando menos a la chilena, argentina o brasileña.

jueves, 2 de agosto de 2007

El animal político y los políticos animales

Por WALDO PEÑA CAZAS
Por mucho tiempo, la política fue privilegio de doctorcitos y militares; y las grandes mayorías -incluidas todas las mujeres- estaban legalmente marginadas. Nuevas leyes posibilitaron la participación de todos como electores o elegidos; pero en teoría, porque grandes sectores seguían excluidos, no sólo por ignorancia o por falta de oportunidades, sino sobre todo por una pobre economía y por prejuicios de clase. El sólo nombre de Evo Morales provocaba escalofríos en las "buenas familias", y las beatas se santiguaban.

Pero el monstruo está hoy en el poder, por el voto democrático, y las elites aún cuestionan a los nuevos protagonistas que han cambiado el "look" de la política con actitudes, modales y ropas poco convencionales. Otros, engreídos además de prejuiciosos, entienden mal eso de que "el hombre es un animal político" y creen que cualquier animal puede vivir de la política, cuando la idea de Aristóteles es que somos la única especie zoológica que nace con tendencia y con capacidad para organizarse en sociedad. El filósofo no sabía que las abejas y las hormigas organizan sus sociedades mejor que los hombres, obedeciendo a un impulso biológico que les hace trabajar cumpliendo cada cual una tarea para el bien común, sin privilegios, sin usurpar funciones ajenas, lo cual demuestra la inutilidad de la política y de los partidos.

En un sentido aristotélico, los ciudadanos que viven en ciudades políticamente organizadas (polis) son todos "animales políticos", porque obedecen a un contrato social tácito, renunciando a un poco de su libertad individual en beneficio común. Otra cosa son los "políticos animales": aquellos que viven de la política creyendo que ésta consiste en postularse a la presidencia o al parlamento, o en alborotar las calles y pintar paredes para usufructuar el Estado.

Que todos seamos "animales políticos" no significa que todos tengamos capacidad para administrar los asuntos públicos y conducir la sociedad, como pueden nadar todos los animales acuáticos o volar todas las aves. Pero los políticos animales creen que el solo hecho de haber sido paridos les da derecho a gobernar, porque la gestión de los asuntos comunes suscita lo que llamamos política, que ha engendrado castas profesionales de "hombres públicos", plaga que sólo azota a las sociedades humanas.

Por definición, el hombre público deja de pertenecerse a sí mismo para pertenecer a todos, como la mujer pública, porque ser público implica una renuncia a la vida privada y la obligación de satisfacer a todos. El servicio público no es una profesión, sino la ejecución de un mandato representando las virtudes e ideales comunes con dignidad. A un hombre público se le debe exigir más de lo que se espera del ciudadano común, porque trasunta los ideales nacionales y las virtudes de la raza. Es una aberración vivir de la política como sempiterno diputado, concejal, ministro, alcalde o presidente, porque uno de los fundamentos de la democracia es la alternabilidad.

Pero cualquier animal político puede legalmente convertirse en político animal, con solo renunciar a la dignidad, a la ética y a la estética, sin que sea necesario postularse a concejal o diputado: basta con escandalizarse por tener un campesino presidente y despreciarle por su apellido y por su español con un natural sustrato quechua o aymara. ¿Es mejor hablar como Goni, con interferencias reales o postizas del inglés, a lo Nat King Cole o a lo "pachuco" mejicano?
¿Quién es más peligroso como político: un campesino iletrado o un bribón con título académico?

La política aristotélica


Ética y política están íntimamente vinculadas en Aristóteles y baste recordar que él definió al hombre como un zoon politikon. La ética desemboca en la política y se subordina a ella, en la medida en que la voluntad individual ha de subordinarse a las voluntades de toda una comunidad. Pero también, la política permitirá que el Estado eduque a los hombres en la virtud y, sobre todo, en la justicia:


"El bien es ciertamente deseable cuando interesa a un solo individuo; pero se reviste de un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y a un Estado entero"(Etica Nic. I, 2.)


Ética y política se refieren ambos al bien del hombre. Y el bien de la ciudad y el del individuo coinciden porque la felicidad de la comunidad, como un todo, es la suma de la felicidad de cada individuo que integre esa comunidad. El Estado, además, ha de dedicarse a educar a sus ciudadanos en la virtud y a permitir que los ciudadanos sean felices.


Sólo en una polis feliz alcanzarán la felicidad los hombres.


Aristóteles defenderá un organicismo social: el Estado es como una especie de "ser natural" que no aparece como resultado de un pacto o acuerdo convencional entre hombres, sino que es connatural al hombre, es decir, pertenece a su misma esencia o naturaleza:


"Finalmente, la comunidad compuesta de varios pueblos o aldeas es la ciudad-estado. Esa ha conseguido al fin el límite de una autosuficiencia virtualmente completa, y así, habiendo comenzado a existir simplemente para proveer la vida, existe actualmente para atender a una vida buena. De aquí que toda comunidad existe por naturaleza en la misma medida en que existe naturalmente la primera de las comunidades." (Política, 1253a)


Según Aristóteles, genéticamente, el individuo y la familia son anteriores al Estado (polis), pero naturalmente, no. Las familias surgen de la necesidad de la especie humana para procrear y subsistir como especie. Esta es la unión primera entre hombres.


Luego surge la aldea o pueblo como agrupación necesaria para satisfacer las necesidades primarias y cotidianas. Una familia no puede procurarse a sí misma todo lo necesario. La ciudad-estado es la culminación de este proceso. Su fin no es ya la subsistencia. No se trata ya de vivir, sino de "vivir bien"; es decir, de procurar la felicidad a todos sus miembros.


Así, el Estado se comporta como si fuera un organismo o un "ser vivo" que, como cualquier otro, tiende a un fin: la felicidad de los ciudadanos. Aisladamente, los hombres no podemos lograr nuestro fin: la felicidad. Necesitamos de la comunidad política para conseguirlo: somos animales políticos (zôon politikón), que desarrollan sus fines en el seno de una comunidad:


"Según esto es, pues, evidente, que la ciudad-estado es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un animal político o social; [....] Y la razón por la que el hombre es un animal político (zôon politikón) en mayor grado que cualquier abeja o cualquier animal gragario es evidente. La naturaleza, en efecto, según decimos, no hace nada sin un fin determinado; y el hombre es el único entre los animales que posee el don del lenguaje. La simple voz, es verdad, puede indicar pena y placer y, por tanto, la poseen también los demás animales -ya que su naturaleza se ha desarrollado hasta el punto de tener sensacones de lo que es penoso o agradable y de poder significar esto los unos a los otros-; pero el lenguaje tiene el fin de indicar lo provechoso y lo nocivo y, por consiguiente, también lo justo y lo injusto, ya que es particular propiedad del hombre, que lo distingue de los demás animales, el ser el único que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de las demás cualidades morales, y es la comunidad y participación en estas cosas lo que hace una familia y una ciudad-estado."(Política, 1253a)


El carácter político del hombre se explica por su capacidad de lenguaje. La sociedad es una gran red de memoria compartida, de leyes, que nos in-forma y a la que nosotros vamos dando forma. Y esa enorme memoria está hecha de lenguaje. Sólo éste puede diferenciar lo bueno de lo malo, lo permitido de lo prohibido. Las leyes son lenguaje social y compartido por todos. La tarea del legislador será precisamente estipular las leyes y hacerlas cumplir. En toda sociedad hay siempre un elemento coactivo. La ley no da sólo derechos; también impone deberes.


Según Aristóteles, desde el punto de vista del individuo como miembro de una comunidad, el Estado en anterior al individuo, al igual que el todo es anterior a las partes que lo componen. El estado es concebido como un gran organismo autosuficiente y autónomo:


"Es evidente, por tanto, que también el Estado es anterior al individuo por naturaleza, pues si cada individuo, una vez separado o aislado, no se basata a sí mismo, debe ser referido al Estado total, igual que las demás partes lo son a su todo, mientras que un hombre ue es incapaz de formar parte de una comunidad, o que se basta a sí mismo, hasta el extremo de no necesitar esto, no es prte alguna del Estado, de manera que, o bien debe ser un animal inferior, o bien un dios."


Esta prioridad es debida a que sólo el Estado se basta a sí mismo, es decir; el Estado es autárquico y el individuo y la familia no lo son. Los seres humanos necesitamos de la comunidad política para ser lo que somos. Necesitamos compartir esa memoria colectiva de usos, costumbres, saberes, leyes, destrezas... en definitiva, cultura, para ser lo que somos. No podemos empezar siempre desde cero sin perder nuestra humanidad. El Estado existe naturalmente.


Esta prioridad del estado frente al individuo no supone, sin embargo, que Aristóteles defienda alguna clase de totalitarismo político o de anulación de las diferencias humanas. El Estado no es ningún fin en sí mismo, sino que su fin (telos) es la felicidad y la perfección de los ciudadanos. Ética y política se abrazan siempre.


Aristóteles criticará la teoría política de Platón, la utopía de la República le parece demasiado alejada de la realidad, y la política debe dirigirse a lo que hay, no a lo que nos gustaría que hubiera o a lo que debería ser. Aristóteles en bastante más empírico y realista que su maestro.
El Estado no puede consistir en una unidad perfecta, ya que ésto conllevaría su propia destrucción. Igual que en un organismo las partes que lo componen están diferenciadas entre sí, el Estado es un todo que abarca multitud de diferencias; y en ello consiste: en la regulación mediante leyes, de todas las diferencias, de todas las voluntades.


Tampoco estaba de acuerdo con la teoría platónica que proponía abolir la propiedad privada y que pretendía colectivizar las mujeres y los hijos: todo ello conllevaría la destrucción de la recta moral y del propio Estado.


En la práctica, constituir un Estado sólo es posible si se le dota de un sistema de gobierno, de un marco adecuado de leyes e instituciones que regulen la convivencia y permitan la plena realización de la naturaleza humana y su fin último que es la felicidad. La justicia es la virtud que asegura y consolida el orden en la polis, armonizando equitativamente los derechos y los deberes de todos los miembros de la comunidad. La postura política aristotélica es "naturalista" : el Estado es algo natural. No es fruto de un pacto o acuerdo entre hombres (contractualismo), sino que es consecuencia de la propia naturaleza humana.


¿Entenderán esto los políticos veracruzanos y mexicanos en general?

La virtud en los políticos

La virtud no es innata al hombre, como lo son las pasiones, instintos o tendencias. Si fueran propias de nuestra naturaleza, todos seríamos virtuosos por el mero hecho de ser hombres, y esto, desde luego, no ocurre. Pero, aunque no es un don de la naturaleza, la virtud tampoco es una ciencia, como sostenían los socráticos y Platón. No por conocer qué es el bien o qué es la justicia somos buenos o justos. No realizamos la templanza por el mero hecho de tener conocimiento sobre qué sea ella.

La virtud implica voluntad, obrar a sabiendas, con conciencia. No pertenece ésta sólo al orden del lógos, sinó también e inevitablemente al ethos, la costumbre, el hábito.

Las virtudes se adquieren a través de la costumbre, el ejercicio y el hábito. Nos acostumbramos a algo cuando repetidamente obramos de tal manera que se covierte en un hábito de nuestra conducta. No podremos ser justos sólo conociendo qué es la justicia. Debemos ejercitarla y a practicarla hasta convertirla en un hábito de nuestro comportamiento. Únicamente practicando la justicia, se puede llegar a serlo.
¿No es la POLÍTICA el espacio por naturaleza de la virtud?
¿No son, entonces, los políticos los primeros que, por ser sujetos PÚBLICOS, deberían ser los más virtuosos en beneficio de la CIUDAD?

Ética y política

La ética y la política se refieren ambas a la praxis humana, esto es, a las acciones que podemos realizar los hombres y a la dirección que vamos a dar a nuestra voluntad y libertad.La diferencia estriba en que la ética es una praxis íntima, personal y la política es la coordinación de muchas acciones y, por ello, en esta última hay que tener en cuenta la voluntad de los demás. La política gira en torno a las leyes e instituciones creadas para elaborarlas y administrarlas.
Ética y política no son simplemente teorías sobre las que los hombres dedican su estudio y se ponen o no de acuerdo. Son un hecho que no hay que demostrar. Todos los días tomamos opciones éticas o políticas porque no vivimos en soledad sino en comunidad. Nuestra naturaleza es plenamente social. Pues bien; Aristóteles era un meteco en Atenas, y por este motivo, no podía participar activamente en la política. Esto, sin embargo, no menoscabó su interés por el ámbito de la praxis humana. De hecho, nos ha dejado algunas obras que tratan estos temas con gran profundidad. Estudiaremos primero la ética y luego la política.